Después de varios años de investigación, tres de planificación y una expedición a pie por la peligrosa selva hondureña, un grupo de científicos descubrió los restos de una ciudad que desapareció hace seis siglos..
Así como existía el mito de El Dorado en Latinoamérica, la leyenda de una antigua civilización anclada en medio de la selva hondureña se diseminó durante siglos hasta que, en 2015, el equipo de Preston emprendió la aventura de encontrar la Ciudad Perdida del Dios Mono, reseñada por primera vez en 1930 por el explorador Theodore Morde.
Morde nunca reveló el sitio de la ciudad y se llevó el secreto a la tumba, luego de suicidarse en 1954. Pero la primera señal de que realmente existía fue aérea: un equipo de alta tecnología fue instalado en una avioneta que sobrevoló la zona y, tras un levantamiento en 3D, mostró la evidencia de una antigua estructura piramidal.
Con esa información, el grupo de investigadores decidió lanzarse a pie a través de la espesura selvática y planificaron la expedición con tres años de anticipación. «Recuerdo haber visto la cabeza de un magnífico jaguar enfrente de mí. Fue cuando entendí cuan poderosa, avanzada y culta era esa civilización», dijo Preston.
La leyenda de la Ciudad perdida del Dios Mono
Esta legendaria ciudad perdida se creía localizada en la selva virgen de Mosquitia, al este de Honduras. El conquistador español Hernán Cortés afirmó que había llegado hasta sus oídos “información fidedigna” acerca de estas antiguas ruinas, pero nunca consiguió encontrarlas. En 1927, el piloto Charles Lindbergh comunicó haber observado monumentos construidos con piedra blanca cuando sobrevolaba el este de Honduras.
En los años 30 había rumores acerca de un lugar de Honduras llamado la “Ciudad del Dios Mono” que se equiparaba con la legendaria Ciudad Blanca, y en 1939 el aventurero Theodore Morde afirmó haberla encontrado y llevó consigo miles de objetos hasta los Estados Unidos para probarlo.
Según Morde, los indígenas contaban que había allí enterrada una estatua gigante de un dios mono. Morde jamás reveló el emplazamiento exacto de su descubrimiento, ya que temía que el yacimiento fuese saqueado, y murió antes de regresar a las ruinas para poder realizar excavaciones más exhaustivas.
En 1952, el explorador Tibor Sekelj buscó la Ciudad Blanca en una expedición financiada por el Ministerio de Cultura de Honduras, pero volvió con las manos vacías. Las investigaciones se reanudaron en los años 90 tras difundirse la leyenda en los medios de comunicación, y en el año 2012 se realizó el primer descubrimiento significativo.
La exploración sobre el terreno confirma la presencia de antiguas ruinas
Un equipo de arqueólogos encabezado por Christopher Fisher, experto en Mesoamérica de la Universidad Estatal de Colorado, llevó a cabo con éxito una exploración sobre el terreno de la localización identificada por el reconocimiento aéreo y anunció en marzo del año pasado la esperada noticia de que se había descubierto un extenso complejo que comprendía plazas, pirámides, estructuras de tierra, canales de riego, depósitos de agua, túmulos y esculturas de piedra, que habrían permanecido intactos desde que la ciudad fue abandonada hace siglos, quizás incluso milenios.
“En contraste con los cercanos mayas, esta cultura desaparecida apenas ha sido estudiada, y sigue siendo por ahora virtualmente desconocida,” leemos en National Geographic. “Los arqueólogos ni siquiera le han dado nombre aún.”
El equipo ha localizado entre los ruinas 52 objetos que se encontraban semienterrados, entre ellos asientos ceremoniales de piedra y vasijas decoradas con figuras animales y zoomórficas. National Geographic informa:
«El objeto más sorprendente que sobresalía del terreno era la cabeza de lo que Fisher especuló que podía ser un hombre-jaguar, posiblemente como representación de un chamán en un estado espiritual, transformado. Alternativamente, el hallazgo podría relacionarse con el juego de pelota ritual, un rasgo distintivo de la cultura precolombina de Mesoamérica.»
Dos ciudades
El levantamiento en 3D permitió identificar dos ciudades: una llamada T1, que fue explorada por el equipo de Preston, y otra denominada T3, que aún espera por ser escudriñada por la curiosidad científica. El hallazago, sin embargo, no ha escapado de la polémica.
Un grupo de investigadores escribió una carta pública para rechazar el hecho de que Preston se atribuya el «descubrimiento», puesto hay «investigación previa en la región» respecto a la ciudad perdida, y denunciar que los hallazgos divulgados por el escritor norteamericano «emplean un discurso ofensivo y anticuado» y «sensacionalizan la práctica de la arqueología».
Para quienes suscriben la carta, es «ofensivo» que se hable de una civilización desaparecida porque existe la probabilidad «de que los responsables de los restos antiguos fueran los antepasados de los pueblos indígenas vivientes que no han ‘desaparecido’ a pesar del genocidio, las enfermedades y continuas injusticias».
Las primeras investigaciones de Preston, quien afirma que los científicos han explorado menos de 4% de la civilización que asegura haber descubierto, han sido publicadas en un libro, a cuyo bautizo asistió el presidente del país centroamericano, Juan Orlando Hernández a finales del mes pasado.
Barrera natural
El mayor obstáculo para continuar con las investigaciones, alega Preston, no son las serpientes venenosas, lo intrincado del follaje selvático o los cauces de río que deben atravesarse a pie, sino la posibilidad de contraer leishmaniasis, una enfermedad de la piel que, según la OMS, cobra unas 30.000 vidas al año.
«Este trabajo nos hizo preguntarnos: ¿qué catástrofe azotó la ciudad para que desapareciera de repente?, ¿a dónde se fueron?, ¿qué les pasó? Pero como es imposible trabajar en esta zona sin contraer una enfermedad carnívora, nunca podremos responder estas preguntas», sostuvo el investigador.
Sin embargo, la hipótesis que manejan los investigadores es que las enfermedades traídas a Centroamérica por los colonizadores europeos hayan sido las responsables de exterminar o desplazar a los pobladores del lugar hace seis siglos.
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