Las pirámides que se alzan en la meseta de Giza parecen fruto de una ciencia imposible. Desafían nuestra lógica y tal vez por ello han propiciado interpretaciones de lo más diversas.
Entre las que ha destacado la que contempla a la Gran Pirámide como una máquina del tiempo en la que es posible decodificar el devenir de la humanidad.
Tumba real, canalizador de energía cósmica, búnker frente a catástrofes, observatorio astronómico, baliza extraterrestre, templo de alta magia, calendario agrícola, faro, maquina regeneradora…
La lista de hipótesis sobre la funcionalidad de la pirámide de Keops puede ser más larga pero con los ejemplos citados nos basta para visualizar la fascinación que siempre han generado estos 2,5 millones de metros cúbicos de piedra hábilmente ensamblados.
Hoy por hoy la egiptología se encamina a describir a la Gran Pirámide como una suerte de lanzadera estelar del alma del faraón, desde cuyo interior y tras los oportunos rituales funerarios oficiados por la élite sacerdotal, alcanzaría ciertas regiones del cielo para unirse o reencontrarse con sus dioses principales.
La Gran Pirámide puede ser interpretada en sí misma como una gigantesca profecía que nos habla de los orígenes y del retorno de los dioses que hicieron posible el surgimiento de esta civilización.
O bien contener en su interior códigos de alcance universal susceptibles de ser interpretados en clave profética, desvelando una línea temporal que arrancaría en tiempos pretéritos prolongándose hacia un futuro que aún estaría por salir a nuestro encuentro.
Rodolfo Benavides es uno de los muchos autores que se han erigido en decodificadores del pretendido mensaje futurista de la más célebre maravilla del mundo antiguo, intérpretes de la llamada por los estudiosos del asunto «línea de tiempo profético de la Gran Pirámide».
Las llamadas profecías de la Gran Pirámide se basan en analizar las dimensiones métricas de la Gran Pirámide, del conjunto de sus cámaras, galerías, pasillos y conductos, generando a continuación su equivalencia en otro sistema de medida llamado «piramidal», y partir de las cifras piramidales obtenidas, trazar un paralelismo temporal con la cronología bíblica.
Al no existir marcas, señales o representación alguna en las piedras de la Gran Pirámide que nos permitan relacionar un hecho bíblico con una determinada longitud, la correlación se produce de una manera que siendo generosos etiquetaremos como intuitiva, interpretando el comienzo de un tramo ascendente, un cruce de pasillos, un dintel o una estancia como un hito o periodo histórico importante.
Dependiendo del criterio del intérprete, un trazo, arañazo, junta o cambio de tonalidad en un sillar, puede o no ser incorporado como pista a la interpretación que se realice.
Este sistema de decodificación conlleva discrepancias importantes entre los autores que asumen el reto de interpretar las medidas de la Gran Pirámide en clave temporal.
Por no hablar del problema que surge cuando ahondando en el tema nos topamos con cuestiones no suficientemente resueltas como el de las verdaderas dimensiones de un monumento que ha sufrido importante daños con el paso de los milenios.
Al margen de tanta temeridad especulativa y tanteo numerológico, no hay duda de que efectivamente algo inusual parece ocurrir con la geometría de un edificio que además está orientado con gran precisión a los puntos cardinales.
El matemático, librero y astrónomo inglés John Taylor, uno de los padres de todo este asunto, demostró que la Gran Pirámide, con intención o por casualidad, contiene el número PI.
Este hecho es innegable, aunque es a partir de aquí cuando las cosas se complican. Taylor fue el primero en establecer una correlación entre las unidades de medida que a su juicio se habían usado en la Gran Pirámide con el sistema métrico británico, generando un conjunto de conexiones métricas que desde su punto de vista demostraban que la estructura reflejaba un saber perdido acerca de las verdaderas dimensiones de la Tierra.
Su trabajo, publicado bajo el título La Gran Pirámide: ¿por qué fue construida? y ¿quién la construyó? fue una semilla que encontró el terreno mejor abonado en el Astrónomo Real escocés Charles Piazzi Smyth, quien viajó a Egipto para lograr mayor precisión en las mediciones.
Como resultado de aquellos trabajos metrológicos publicaría Nuestra Herencia en la Gran Pirámide, donde desarrollaría las tesis de Taylor exponiendo de forma clara su creencia de que no sólo la pulgada inglesa procedía de la pulgada piramidal egipcia..
Sino que el propio pueblo británico tenía su origen ancestral en Egipto, concretamente en un linaje hebreo que había recibido directamente de la divinidad ese conocimiento plasmándolo en la Gran Pirámide.
Lo descubierto en la Gran Pirámide no hizo sino reforzar la visión previa que tenía del pasado anglosajón y que compartía con varios movimientos cristianos en auge en la época.
Por todo ello que la interpretación de las «profecías» que se hace en origen y que terminaría creando escuela, está tan vinculada con la historia del pueblo judío, el cristianismo y la Segunda Venida de Cristo.
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Estimados y muy queridos hermanos, bendiciones para todos, sus familias y amistades: Es tan increíble la no aceptación de tu herencia y quién eres: todos somos ALF/OMEGA, energía, y todo el universo y sus universos están geometrizado y la parte primordial es él; Triangulo-La Triada, y es la unidad básica. La podemos observar en todos los análisis y libros escrito del tema o los temas que desees experimentar. Todo es luz, energía, luz y más luz, eso es lo que somos y siempre seremos, los extraterrestre que no deseamos SER pero que YA SOMOS, bendiciones y un fuerte abrazo de mucha luz amor para todos. NAMASTE