Durante más de medio siglo, una extraña pintada ha aparecido periódicamente en distintos lugares de la región inglesa de las Midlands Occidentales, siempre con la misma pregunta: “¿Quién puso a Bella en el olmo?”
La interrogación resulta aún más inquietante en su redacción original, “Who put Bella in the wych-elm?”, debido a que la palabra wych, que forma parte del nombre del árbol, tiene la misma pronunciación que witch, bruja en inglés.
Este detalle, como veremos más adelante, no carece de importancia. En cualquier caso, para comprender el origen del misterio, es preciso que nos remontemos a los años cuarenta.
Aquel domingo de abril brillaba un frío sol primaveral sobre la Inglaterra profunda.
Corría el año 1943 y, mientras la nación libraba una brutal guerra contra el totalitarismo nazi, un grupo de cuatro muchachos se internaba en el bosque de Hagley buscando nidos de pájaros.
Al cabo de un rato, los jóvenes dieron con un olmo de aspecto siniestro del que salía una maraña de ramas retorcidas.
Parecía un lugar propicio para un nido, así que Bob Farmer, ni corto ni perezoso, se encaramó como pudo al árbol tratando de alcanzar la parte superior del mismo.
No obstante, al mirar hacia abajo, observó a través de las ramas que algo blanco relucía en el hueco que había en el tronco. En un primer momento, pensó que se trataba de una calavera de algún animal que fue a parar a morir en ese recóndito lugar.
Llevado por la morbosa curiosidad propia de su edad, Bob extrajo la calavera para examinarla más de cerca. Comprobó que todavía quedaba un poco de carne putrefacta en la frente con restos de pelo lacio y que los dos dientes delanteros estaban torcidos.
Entonces, cayó en la cuenta: sin lugar a dudas, se trataba de un cráneo humano. Asustado, volvió a depositar su macabro hallazgo en el sitio en que lo había descubierto.
Los chicos, que temían ser castigados por haber entrado en la finca de un lord sin permiso, decidieron que no hablarían a nadie del asunto.
Era difícil que semejante secreto pudiera guardarse mucho tiempo. Al cabo de unas horas, el más joven del grupo sintió que ya no podía contenerse y le contó lo sucedido a su padre.
Éste, a su vez, se puso rápidamente en contacto con la policía del condado que al día siguiente procedió a investigar el extraño olmo.
Efectivamente, los agentes hallaron en el hueco del árbol un esqueleto humano casi completo, un zapato, restos de ropa y un anillo de casada.
Para añadir aún más misterio si cabe, al cuerpo le faltaba una mano, que fue descubierta enterrada cerca del olmo.
Los restos fueron examinados por el médico forense James Webster, que determinó que se trataba de una mujer de unos 35 años de edad. Calculó que llevaría muerta en torno a año y medio.
Entre otros detalles, llegó a la conclusión de que era de baja estatura (poco más de 1,50), que había dado a luz al menos en una ocasión y que en el año anterior a su muerte le habían extraído un diente de la parte derecha de su mandíbula.
Con relación a las causas del fallecimiento, todo apuntaba a que había sido víctima de un homicidio por asfixia. En la boca de la mujer se hallaron restos de tafetán, una tela generalmente empleada en vestidos de gala.
Además, estaba claro que el cuerpo había sido escondido en el olmo en los instantes inmediatamente posteriores a la muerte, cuando aún estaba caliente, dado que habría sido imposible colocarlo en aquella posición una vez que los efectos del rigor mortis hubiesen comenzado a manifestarse.
El primer paso de la policía fue tratar de identificar a la víctima gracias a los datos obtenidos a través del análisis forense. Sin embargo, en la zona no había constancia de ninguna mujer desaparecida que encajase con su perfil.
Dado que su dentadura presentaba irregularidades poco comunes, se llegó publicar una descripción de la misma en revistas de odontología, por si algún dentista reconocía así a una antigua paciente, pero fue todo en vano.
Lo único que quedó claro era que no podía tratarse de una lugareña, pues de lo contrario habría sido fácilmente reconocida en una comunidad rural en la que todos se conocían entre sí.
Se siguieron algunas pistas, pero siempre terminaban llevando a los investigadores a callejones sin salida.
La prensa se hizo eco del caso, si bien la guerra y la falta de avances en la investigación propiciaron que la cuestión perdiera actualidad al cabo de un tiempo.
De repente, aquellas Navidades, apareció en un pueblo cercano el primer grafito preguntando quién había puesto a la mujer en el olmo.
En esta primera ocasión, la víctima recibió el nombre de Luebella, pero pronto, en sucesivas pintadas, se adoptó definitivamente el nombre de Bella.
Nadie sabe quién escribía la pregunta ni por qué esta persona se había obsesionado con el asesinato, pero los grafitos de “Who put Bella in the wych-elm?” han seguido apareciendo misteriosamente durante décadas en la zona, en la mayoría de los casos escritos por la misma mano, hasta por lo menos 1999.
La policía nunca consiguió dar con el autor, aunque estima que lo más probable es que se trate de alguien sin ninguna relación con el homicidio.
El crimen jamás fue resuelto, pero ello no ha impedido que se hayan formulado diversas teorías para explicarlo. La más inquietante parte de la base de que la mano de la mujer fuera enterrada cerca del árbol.
Una antropóloga llamada Margaret Murray opinó que Bella fue víctima de una ejecución llevada a cabo según los ritos de la magia negra, en los que se contemplaba la amputación de la mano al ajusticiado.
Además, el olmo de montaña, el árbol en cuyo hueco se descubrió el cadáver, está asociado a la brujería en las leyendas locales. De acuerdo con esta teoría, Bella habría sido una bruja que osó cometer alguna falta contra sus compañeras de magia negra y fue castigada por ello.
La hipótesis resultaba fascinante, pero no convenció a la policía. Aparte de que no había pruebas sólidas que la sustentasen, no se tenía constancia de que todavía se celebrasen aquelarres en esa parte de Inglaterra en los años cuarenta.
Muchas más teorías se han ido proponiendo a lo largo de los años, pero la que actualmente goza de más fuerza entiende que Bella pudo haber sido una residente de la cercana Birmingham que se refugió en el bosque de Hagley huyendo de los bombardeos alemanes.
Allí, habría tenido la mala suerte de toparse con un individuo que aprovechó la ocasión para posiblemente violarla y, a continuación, matarla.
El único punto débil de esta hipótesis estriba en que, estando presumiblemente casada y con hijos, nadie hubiese denunciado su desaparición.
Con respecto a la mano enterrada, si se descarta la tesis de la brujería, sólo cabe pensar que fue llevaba hasta ahí por algún animal que revolvió entre los restos de la malograda mujer, por extraño que esto parezca.
No tiene ningún sentido que el asesino le cortara la mano al cuerpo y la enterrara a poca distancia. Sin embargo, muy pocas cosas tienen sentido en toda esta historia.
Lo más probable es que nunca sepamos la verdad acerca de Bella. Ni siquiera podemos aplicar las nuevas tecnologías al caso, dado que en una fecha desconocida el esqueleto desapareció de la Facultad de Medicina de la Universidad de Birmingham, donde había sido depositado.
Quizá sólo nos resta preguntarnos, al igual que el anónimo grafitero, «¿quién puso a Bella en el olmo?»
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