UfoSpain Magazine ha recogido en primicia el relato de una mujer española de 37 años, que fue testigo de un incidente altamente desconcertante mientras conducía su vehículo de camino al trabajo.
Hace unos días, uno de nuestros redactores nos citó para contarnos el testimonio de una persona de su círculo de confianza, que le había confiado un secreto. Uno de esos secretos que, en el momento más absurdo quizás, toman fuerza y protagonismo.
Una amiga de hacía años pero que, a pesar de su amistad, jamás le había hablado de su actividad laboral en nuestra revista. De hecho, ésta llevaba mucho tiempo sin ir a visitarle y no tenía la menor idea de la afición de nuestro redactor por la ufología, nunca habían entablado una conversación sobre la temática.
Le contó algo que sólo había compartido anteriormente con una persona y para colmo, esa persona se mofó de ella después, (como es habitual en estos casos). Y es que, cuando alguien se enfrenta cara a cara con el misterio más desconcertante, le queda una huella en la mente.
El miedo provoca la propia introversión del que ha sufrido una experiencia “ovni” o paranormal. No debe ser tarea fácil tener que asimilar un hecho de estas características, y menos todavía compartirlo con los demás.
Por respeto a la protagonista y a su familia, mantendremos su anonimato y la llamaremos Raquel. Raquel tenía 18 años en aquel momento. Era una joven y bella chica de la localidad de Petrer, Alicante.
Por aquel entonces, trabajaba en la industria del calzado en una fábrica de la cercana ciudad de Elche, a unos 23 kilómetros de Elda-Petrer. Tenía una relación seria de algunos años con el que sería su futuro marido y disfrutaban de la juventud, la salud, la familia y el trabajo.
Aunque Raquel era una chica alegre y extrovertida, desde niña había tenido en momentos muy puntuales, ciertos “encuentros” con lo que podríamos llamar una sombra negra. Una sombra con la figura de un hombre que, aunque sin rostro y totalmente opaco, se le podía adivinar una larga barba.
Estos encuentros (como digo muy puntuales), se dieron siempre en la misma situación: A solas en su habitación, en el momento de “duermevela”, justo antes de caer dormida. Y justo antes de la aparición se repetía el mismo patrón: Un fuerte y cegador destello de luz.
Este incidente que algunos podrían relacionar con lo paranormal o lo parapsicólogo, se repetiría a lo largo de su pubertad y adolescencia. Siempre del mismo modo. Cada vez que quería gritar o salir de la habitación, su cuerpo estaba inmóvil, su voz muda y su cuerpo totalmente paralizado.
Esto nos puede recordar a la “Parálisis del Sueño”, pero cierto detalle como el del fogonazo de luz, no concuerda con lo habitual en esos casos. Y mucho menos con lo que vendría después.
Era una fría mañana de lunes en pleno diciembre de 1999. Parecía ser un día normal como otro cualquiera, en la rutinaria vida de Raquel. Aún no había amanecido cuando arrancó el coche para dirigirse a trabajar, minutos antes de las 6 de la mañana.
Ella tomó como cada día el camino a su trabajo. La distancia, de unos 25 kilómetros, podía llevarle unos 30 minutos en la carretera, teniendo en cuenta el tráfico y el tiempo. Entraba siempre antes de las 7 a.m., que era cuando comenzaba su jornada laboral, así que iba bien de tiempo, como siempre.
Llevaría unos 10 minutos conduciendo cuando tomó el viejo camino para acceder a la autovía. Y mientras conducía su coche por un tramo totalmente recto, se topó de frente con el misterio…
De pronto, se percató de la presencia de algo en el asiento de atrás por el retrovisor. Y al fijar su mirada en el espejo, ahí estaba. La sombra negra.
Fueron milésimas de segundo lo que duró aquel instante cuando le impactó de frente un grandísimo destello de luz. Y sin más, sin saber cómo ni por qué, apareció a apenas 100 metros de la puerta de su trabajo.
Habrían transcurrido alrededor de 35 o 40 minutos de los que no recuerda absolutamente nada. Ni cómo llegó hasta allí sin ser consciente de ello, ni la sensación de que hubiese pasado un solo segundo. Raquel llegó con unos minutos por delante, como siempre había hecho.
Solo que, esta vez, no sabía qué estaba pasando. Se quedó varios minutos en el coche, en auténtico shock. Su cara se desencajó por completo y, asustada, decidió guardar silencio. Realizó su trabajo como cualquier otro día y se fue a casa. Pero los acontecimientos no habían acabado.
Esa noche Raquel estuvo vomitando y sufría mareos. Se encontraba mal y lo que había sucedido esa mañana sólo aumentaba su inquietud. Para su sorpresa, pocos días después decidió hacerse un test de embarazo por la similitud de los síntomas que presentaba con los del embarazo.
Y efectivamente. Estaba embarazada de al menos cuatro semanas. No había tenido síntomas salvo aquel día. Recuerda haber tenido un embarazo feliz y tranquilo, aunque el parto se complicó bastante y Raquel sufrió un gran riesgo durante la intervención.
No obstante, su hijo Daniel, había nacido sano. De hecho, a sus casi 18 años, hoy en día Daniel es un chico deportista, fuerte y sano. No ha estado malo ni enfermo nunca y ha gozado de una salud de hierro.
Raquel no recuerda haber tenido otro suceso similar ni al que se repetía en su infancia, ni al que, misteriosamente, la llevó a su trabajo sin saber el modo, aquella mañana de diciembre de 1999. Sólo dos personas supieron de su testimonio.
Testimonio que hoy protegemos con respeto y humildad, y que queremos compartir con nuestros seguidores y con los muchos y buenos investigadores que se dedican a la materia, sin aportar argumentación o punto de vista alguno, sino simplemente el relato puro y duro sobre el incidente, para que cada cual pueda aportar sus propias conclusiones.
Y por supuesto, con el fin de ayudar a Raquel a encontrar respuestas, que a sus 37 años y tras casi dos décadas de silencio, no entiende qué pudo haber pasado y quién era el hombre sombrío de barba que tantas noches le robó la calma y que una mañana le cambió la vida.
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